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lunes, 1 de marzo de 2010

EVOCACIONES FERROVIARIAS

MUSEO FERROVIARIO DE CAMPANA

Muchos vecinos destacados de Campana han dejado su impronta en el Museo Ferroviario de nuestra ciudad. desde éste espacio hoy queremos recordar a Gotardo Croce, escritor y referente del patrimonio intangible local, al que recurriamos ante cada inquietud y que nos fascinaba con sus relatos y anécdotas.
Lo que a continuación transcribimos es un fragmento del relato que escribiera sobre la llegada del tren a Campana y que recordaba desde niño

EVOCACIONES FERROVIARIAS por GOTARDO CROCE

El arribo y la partida del tren estaba prolongado por la disposición de las señales ubicadas a diversas distancias.
La señal baja indicaba la proximidad del convoy, luego la campanada de alarma de la cabina de señales (cabin de idioma ferroviario), alertaba a los transúntes y conductores de vehículos. Y en la curva de entrada aparecería la locomotora a vapor, toda envuelta en un humo blanco grisáceo arrastrando vagones de encomiendas, vagones de correos, vagones de segunda clase y vagones de primera clase.
Detenido el tren en la estación con la locomotora cerca de la manga de agua, el guarda se dirigía a la oficina del encargado de las encomiendas, al depósito de cargas y el estafetero recibía la correspondencia que le alcanzaban del correo local.
Pero mis preferidos eran el maquinista y el foguista. El maquinista de gorra y antiparras descendía de la locomotora con una aceitera en la mano y un pedazo de estopa en la otra. !Con qué celo revisaba la máquina! El foguista, mientras tanto, llenaba el depósito de agua de la locomotora y todavía se hacía tiempo para palear carbón de la carbonera a la caldera propiamente dicha. Luego de oír, tras las campanadas desde la estación autorizando la partida, el pito de la locomotora, veía como el tren se iba otra vez envuelto en aquel humo vaporoso. Las señales se levantaban y todo quedaba en orden, hasta el próximo tren.
Las señales estaban pintadas de distinto color según el uso que le daban. Al atardecer, el farolero, con una zorra de mano, recorría las inmediaciones de la estación, disponiendo en cada señal los faroles que iluminaban vidrios verdes y rojos para facilitar el tránsito nocturno. A la mañana los retiraba. En los días de mucha niebla esta tarea se complementaba con la coocación de petardos que explotaban al transponer el tren las señales.